Mi experiencia laboral formal inició en mayo
2007, en una empresa estatal donde conocí gente muy cálida y pasé casi cinco
años de aprendizaje, cariño y mucha indignación al final. Para 2011 hacían ya
dos años que me había graduado de la universidad, ya debía estar trabajando en
otro lugar más relacionado con mi título universitario, pero me había quedado
dormida en los laureles de la seguridad. De repente se abre una vacante en un
área más relacionada con mi formación y hago el cambio para dar la bienvenida a
un año que fue tortuoso, renovador y concluyente.
La que en ese entonces fue mi jefa, una persona
de comportamiento ético cuestionable, me acogió muy bien al principio porque
entendía que yo le podía ser útil a sus propósitos, que no eran precisamente el
bien de la empresa; pero cuando mis principios y la forma directa que tengo de
decir las cosas chocaron con sus malas prácticas, todo se volvió tan tenso que
solo quedaron dos opciones frente para mí: Acostumbrarme a la mediocridad o
buscar vida en otra parte. Y me fui!
En el momento de mi renuncia estaba en medio de
una maestría que demandaba mucho tiempo, si a eso le sumamos el hecho de
adaptarme a una nueva cultura organizacional, nuevos compañeros de trabajo,
realidades distintas que definitivamente no quería para mi… fueron tiempos
duros. De febrero a junio 2013 cambié tres veces de trabajo. Huyendo de
realidades tóxicas y buscando crecimiento profesional, estaba segura de que en
algún lugar existía ese manager dedicado que leía, y aplicaba, artículos de
Harvard Business Review y yo lo iba a encontrar.
Desde entonces han pasado ya 4 años, he
cambiado de empleo dos veces más, no he hallado la empresa ideal, tampoco el
manager de mis sueños, pero he aprendido y crecido mucho en este proceso. Salí
por primera vez del país – ese viaje fue
para hacer la fase presencial de una maestría y
todavía lo cuento como los 10 días más felices de mi vida, el oasis en
el desierto emocional y profesional que estaba viviendo – viví un
tiempo fuera del país, regresé y me tocó pasar por ese proceso horrible que
implica volver a casa después de haber creído que te habrías ido para no volver
(o volver en otras condiciones), poco a poco armo mi vida con un trabajo donde
la seguridad no existe, los planes son efímeros, pero dentro de toda la locura
que se vive allí, también han salido muchas oportunidades para mí.
A veces me molesto porque estamos siempre
arrancando y no concretamos nada, por los momentos en que me siento mal valorada
y mal aprovechada, modestia aparte. Me resisto a pensar que de esto se tratará
todo y que no voy a poder romper la maldita circularidad del tiempo que parece
marcarnos incluso desde antes de nacer. ¡Debe haber algo más!
Hace unas semanas estuve participando de una
reunión donde uno de los presentes citaba la administración de Trump sin el
velo de rechazo ciego con que se habla generalmente del tema. Decía que lo
importante es enfocarse en descubrir qué oportunidades hay para nosotros, y
para nuestras familias detrás de eso, porque siempre las hay, SIEMPRE. No se me
olvidan sus palabras, ni la expresión de su rostro cuando lo dijo, y cada vez
que la frustración me gana, recuerdo esa reflexión.
Quisiera que las cosas fluyeran más fácil,
encontrarle sentido a toda esta locura pronto, adaptarme a la inestabilidad
profesional que representa una realidad que está constantemente cambiando y
encontrar las oportunidades ocultas en cada brecha. Encontrarlas y
aprovecharlas para darle a la vida los giros que sean necesarios hasta hacerla
funcionar, para escribir cada día una historia que valga la pena contar.
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