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Cuando se rompe la esperanza



Era mi entrevista número tres para un trabajo que no había buscando, pero cuya convocatoria había llegado en el más oportuno de los momentos. Esperaba paciente, contenta, esperanzada... no solo a la chica que me avisara que ya podía pasar a la pequeña sala de reuniones donde se encontraba la gerente de reclutamiento para conversar conmigo, esperaba la salida de un lugar que en algún momento había sido mi oasis en el desierto de mi historia laboral y que en el último año se había convertido en un charco al que no quería pertenecer, un caldo de cultivo para la mediocridad donde la "tarupidez" parecía institucionalizarse. 

Estas jornadas no solo representaban un nuevo trabajo, eran la promesa de un mundo nuevo, de una "mejor vida", de salir del fastidio que muchas veces representan las empresas familiares y toda la incompetencia que alberga. Dicen que si tu círculo de personas cercanas no te inspira, necesitas cambiar de círculo. Yo necesitaba claramente cambiar mi círculo profesional porque la única inspiración que encontraba era la de lo que no quería ser. 



Cuando llegó este mensaje sentí que había una luz muy brillante el fondo del túnel, a medida que fui pasando de una entrevista a otra, esa luz ya parecía la puerta de salida y empecé a hacer los aprestos para lo que sería una nueva e interesante aventura. No dejé de trabajar, no dejé de indignarme por las cosas con las que  no estaba de acuerdo, pero me ilusioné. Al llegar la entrevista con el que sería mi jefe directo fue como que todo era un hecho. Me encantó! Sobre todo la parte en la que él también estaba inscrito en audible y era fan de los audiolibros 😅 Hice muchas preguntas relacionadas con mi estilo de trabajo y sus respuestas fueron satisfactorias. Me gustó la forma honesta de nuestra conversación y definitivamente me vi abordo. 

Al día siguiente recibí la delicadamente redactada comunicación que decía que yo no había sido la elegida. Estaba en mi oficina, oficina de la cual me despedía en silencio cada día de esas últimas semans, y sentí algo que se me hace difícil describir, pero era como si estuviera en el túnel, cansada de caminar, feliz de ver la puerta de salida y de repente soltaban uno de los muros de piedra de los calabozos de los castillos delante de esa puerta y quedara todo oscuro de nuevo. No sabía si quería hablar, no sabía si quería estar sola, llorar no era opción, mi carro estaba en el taller... todos los caminos conducían a mi casa. 

Llegué, me di un baño, le conté a mi mamá y me dormí hasta el otro día, como si soñando pudiera escapar de todo, como si el mundo de Morfeo era el único lugar donde podía ser libre, como si allí si pudiera encontrar inspiración, como si allí si pudiera realizarme, como si allí si pudiera ser feliz. Pero había que despertar y dar la cara a la vida. 

Es la segunda vez que me sucede algo como esto. La primera vez me costó entender por qué no fui yo, pero con los años me di cuenta de que fue lo mejor que me pudo pasar. Esta vez el proceso me ha servido para estar consciente de la madurez profesional que he alcanzado con los años, de que siguen sin asustarme los retos, de que sigo en disposición de descubrir nuevas realidades, hacer nuevas cosas, vivir nuevas experiencias... pero no será ahora. 

Me ha costado aceptar de nuevo mi rutina (de la que nunca salí pero de la cual me estaba despidiendo), hacer planes para el futuro en una realidad que no me gusta y que no da el menor indicio de cambiar a corto plazo, es una lucha que libro cada minuto conmigo misma, con mi racionalidad, con la realidad. Es construir mi esperanza con base en una realidad rota, algo que no tiene sentido pero por ahora no tengo otra opción. 

Ya veremos qué aguarda el futuro. 

Hasta la próxima! 

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