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El patio de mis recuerdos

Najayo arriba fue el destino oficial de las vacaciones, y de los días de fiesta, cuando éramos niños. Tengo muchos recuerdos de baños en el arroyo, ropas manchadas majando almendras, comidas preparadas en mini anafes que me compraba mi tía Milagros (que en realidad es mi prima pero en mi corazón siempre ha sido una fusión de tía y madrina -  aparte de que es un personaje bien particular 😉), historias de terror que nos mantenían despiertos en la noche (los que hablan de leyendas urbanas deben hacer un capítulo especial para los cuentos de terror de los campos, contados de noche y sin luz cuando uno amanecía en casas de madera en las que podías mirar entre las tablas e imaginar cualquier cosa en las madrugadas), también recuerdos mis recurrentes ataques de asma fruto de los extensos baños en el agua fría del arroyo. 


Pensar en esos días es hacer un recorrido mental por los conucos (nunca sembré nada, yo solo iba a jugar, observar y hacer preguntas que no siempre vocalizaba), mojar mis pies en el arroyo, “besar la mano” de una infinita cantidad de tíos (en Najayo todo el mundo es familia), fregar en poncheras, ir a letrinas y comer comida de fogón (la mas buena de la bolita del mundo mundial). 


Recuerdo también mi casa favorita de esa época, esa que tenía el encanto del campo y las comodidades de la ciudad (era de madera pero el baño tenia inodoro y bañera :p). Sobre todo, recuerdo su patio. El lugar más increíble del mundo para una niña, que aunque muy tímida, era muy curiosa y le encantaban los animales.  


Había columpios fabricados con gomas de camiones, pavos reales que caminaban libremente por el lugar (cuando tenia la suerte de verlos abrir la cola, me sentía realizada), jaulas gigantes donde podías entrar y estar un rato con los pájaros, una cotorra que “hablaba” (nunca la escuche decir otra cosa que no fuera "cuca") y al final, una pequeña puerta que daba al arroyo, al charco particular de esa casa. Era de una de esas familias “exclusivas” de los pueblos pequeños, solo nos quedábamos un rato pero yo soñaba con vivir allí. Con sentarme afuera, alimentar los pájaros y hasta barrer el patio. Nunca entendí por qué la remodelaron, para mí era perfecta así. 



El patio de mis sueños tiene flores de colores, hojas verdes donde se reflejan los rayos del sol en las mañanas y sirven de marco para la luna cuando está llena y la observas a través de ellas.  Tiene luz natural, aire fresco, se siente el viento y se escucha la vida en el canto de los pájaros. Huele a café en las mañanas y a condimentos naturales cuando se acerca la hora del almuerzo. 


Esta adulta que hoy priva en minimalista tiene en el corazón el campo y un patio en el recuerdo donde corre a respirar cuando la vida le agobia, cuando el estrés la quiere desconectar de lo que siempre ha sido, de lo que jamás debe olvidar.  


Hasta la próxima!


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